El asunto Jorge

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«¡Bienvenido a nuestro mundo, querido Jorge! Con motivo de tu nacimiento, te deseamos de todo corazón una vida maravillosa, salud y riqueza, y que seas muy bueno, especialmente con tus padres.“ Firman: mamá y papá, por supuesto de Jorge.

Bueno, al leer tal anuncio me quedo perpleja, porque no entiendo ni a quién se dirige, ni qué propósito tiene. ¿Cómo debe ser de brillante ese Jorge, si, apenas nacido, ya puede leer el periodico? Y si lo lee, ¿tendrá el sentido común de obedecer a sus padres? Y si no lo lee, lo cual es más probable, ¿qué ganarán sus padres, después de haber expresado su alegría en el periódico local?

Está claro que se trata del orgullo de unos padres felices, pero ¿serán más felices si comparten su agradecimiento con una comarca entera? No voy a insistir más. Hay cosas que no deben entenderse al pie de la letra… pero, a veces, me pregunto si mis dilemas van a encontrar una explicación satisfactoria.

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El «asunto Jorge» es uno de muchos casos de, digamos, «comunicación unilateral» con los que nos enfrentamos a diario, sin pedirlos. Algunos son tan graciosos que, si acaso desaparecen, los echamos de menos.

Por ejemplo: recientemente, cuando la municipalidad dispuso pintar los puentes que cruzan el riachuelo del lado de la playa, se cubrió también una desenfadada declaración de amor, procedente de un Don Juan desconocido: «¡Te quiero, zorra!»

Y aquí hay otro ejemplo, también interesante, que se encuentra bien escondido, en uno de los aseos de Señoras del Museo Arqueológico de Alicante:  «¡Mátame Pablito, ¿porqué no te puedo olvidar?!», firmado Lucrecia. ¿Se puede pedir más sinceridad y autenticicidad?¡Pobre Lucrecia! No creo que Pablito vaya leer lo que ha escrito ella en un lugar tan alejado de su alcance. Una lástima que Lucrecia se quedó tan desconsolada…

El ser humano, siempre sorprendente, encontrandose en situaciones límites, incapaz de comunicarse con los que causan su ansiedad, inicia un discurso con sí mismo, por escrito.¡Quizás, por fin, alguien lo va a entender! Cada uno de estos autores desconocidos tiene, sin embargo, una alma de poeta. Sus obras se encuentran por dónde ni sospechamos.

Hay gente que estrena prendas que muestran en letras grandes el nombre de la marca que los produjo. Otros exhiben mensajes de adhesión a ciertos partidos políticos o grupos de música, o alaban lugares donde „mi abuela pasó unas maravillosas vacaciones y me trajo esta camiseta“. También hay un montón de personas que pasea con bolsas de diversos supermercados, mostrando eslóganes publicitarios dudosos, como: ”atrévete a comprar barato”, ”apuesta por la avaricia” o ”yo no soy tonto”. Pues, si tú lo dices…

Hay de todo y casi nadie nota la ironía que se insinúa cuando una pareja evidentemente enamorada lleva camisetas con mensajes antagonistas, cómo „BOSS“ (cubriendo una barriga masculina llena de cerveza), y „ni te lo piensas“ (sobre el pecho voluminoso de la acompañante). ¿Deduzco que no es él el verdadero jefe, no?

No se si soy yo la única persona que siempre cae en la trampa de estos mensajes, pero no me puedo resistir al impulso de leer toda letra que veo. Después, lamento haber malgastado mi tiempo. Pero apenas me doy cuenta de las tonterías que he leído, de repente caigo en la próxima trampa, igual de insólita.

Parece que esta manía de comunicares con los que ni siquiera lo piden es parte de nuestra herencia genética. Sea que dibujemos sobre paredes de cuevas, o hagamos muescas en la corteza de los árboles, o escribamos libros gruesos, o mandemos señales radio al cielo, no hay manera de que nuestra desbordante creatividad pasé inadvertida. Hay textos por todas partes del planeta, desde las cimas de las montañas más altas hasta las profundidades de los océanos y también al norte del círculo polar.

¿Que demonios estamos buscando? ¿La comunicación global? Pues, parece que casi la hemos alcanzado con la éra de la digitalización. Terrorizados por el miedo de no perder ni algún pedacito de precioso contenido, pasamos a adular la Santa Información,

No voy a ser yo la que critica a los demás. No puedo, porque estoy atrapada en mis propios automatismos de todos los días. Mientras escribo este texto, estoy sentada en mi cocina y mi mirada se dirije sin cesar al pequeño estante en el cual me espera invariablemente la inocente “trampa del azucarito”, una banda roja de celofán, que rodea los paquetes de azúcar vainillado. Hipnotizada me pongo a leer como un robot 6 sobres – 6 sobres – 6 sobres – 6 sobres – 6 … ¡Ay, maldita obsesión!

Me pasa lo mismo cuando salgo de la casa. Leo carteles de anuncios, signos de circulación, señales luminosas, fragmentos de periódico portados por el viento, marcas de coches etc. Así paso mi vida, saltando de letra en letra, enganchándome en anzuelos de texto que llaman mi atención, casi gritando. Todo eso me bloquea la vista y ya no veo las cosas como son, sin explicación adjunta. Casi me he olvidado como se interpreta la vida sin ayuda de palabras ajenas.

¿Pero, cómo vivieron los seres humanos antes de inventarse la escritura? Seguramente también en la prehistoria hubo cosas que llamaban la atención de nuestros antecesores, peligros ocultos detrás de los árboles. Aquí un jabalí, luego un bisonte, en el borde del bosque un oso, o, quizás, enroscada en una rama, alguna serpiente, instando a comer manzanas prohibidas. La tentación es más vieja que la galaxia de Gutenberg.

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Hoy en día, los descendientes de Adán y Eva barren de un vistazo cantidades enormes de información derramada en carteles, libros, paredes, ropa, papeles, pantallas… Gastamos mucho tiempo y concentración para orientarnos, acumulando un montón de información que exige nuestra atención. Después, la mayoría se difumina… ¿Y eso nos hace ricos? Al menos así dice el refrán, „estar bien informado significa ser rico“. ¡Mi televisor es multimillonario, por cierto!

De acuerdo, cavamos nuestras tumbas con los dientes, pero yo creo que también «comemos» por los ojos, leyendo lo que vivimos, como si tradujéramos todo lo que hacemos.

Estoy segura que en algún lugar del cielo, el Señor guarda un tipo de libreta que contiene las instrucciones para programar el ser humano. Y que su texto empieza por „léase con atención…“

¿Hay alguien que quiere contradecirme o completar algo? ¡Anímese, estoy aquí, esperando otras opiniones! Pero, por favor, por escrito.

Gabriela Căluțiu Sonnenberg