Segunda mano
Las tiendas de segunda mano han pasado de moda. Ahora se han hecho cargo los «shift shops», que son más modernos. ¿Porqué? ¿Qué ha pasado? Tal vez la „segunda mano” huele demasiado a polvo y moho, despertando la idea de desgastado, caducado. Sin embargo, la palabra «shift», significando trasladar o desplazar de uno a otro, combina mejor con cualidades nobles, como la conciencia ambiental, la facultad de „dar una nueva vida» o de de intercambiar entre seres humanos responsables. Pasar cosas de uno a otro nos sugiere que pertenecemos a un grupo de individuos superiores.
Pero mi opinión es que no somos nosostros los que tomanlas decisiones, sino las ropas mismas son las verdaderas sobrevivientes. Hay ropa que vive más que un ser humano, experimentando un montón de cosas. A veces ellas nos escogen a nosotros. Yo tengo un vestido comprado en no-se-cuanta-mano, que ha rodeado el medio mundo para llegar a mi. Probablemente mi hermosovestido negro de fiesta tendría mucho que decir, ¡si tan solo pudiera hablar! Probablementees la prenda «más sabia» de mi armario.
Aquí es su historia:
Erase una vez, cuando en Rumanía reinaba el dictador Ceauşescu, una pareja joven y enamorada que vivía en la bonita ciudad de Cluj-Napoca. Los dos tenían una vida bastante buena, debido a la función de maestra de colegio de ella, y a al puesto de caudillo de una sección local del Partido Comunista que ocupaba el conjugue. Pero la vida no siempre se parece a un cuento de hadas, así que, encima de todo, la joven esposa tenía también un amante. Era este un agente de la temida Securitate, la policía secreta del estado. Está entendido que su marido no sabía nada al respecto.
Aunque parece que el toque romántico de nuestra historia se desvanece aquí, los tres continuaban sus vidas bastante bien, disfrutando sin problemas.
Un día, el Partido anunció al buen esposo que, como recompensa por los servicios prestados con fidelidad, iba a participar a un viaje a los a Estados Unidos, como miembro de una delegación oficial. La alegría en su casa fue muy grande, porque que en aquellos tiempos no muchos rumanos tenían la suerte de poder en el extranjero. Pero, para que no haga nada estúpido en occidente, el mismo partido le hacia acompañar por un perro guardián invisible, un agente de la Securitate.
Lo que ninguno de los tres sabía era que el agente escogido para hacerle de sombra no era otro que el amante de la suave esposa.
El viaje iba según lo planeado. El buen hombre disfrutó de su estancia en el Nuevo Mundo y cuando se se acercó el día de regreso, empezó a pensar en algo para regalarle a su bella esposa.
Lo mejor sería comprarle el hermoso vestido que admiraba cada mañana en el escaparate de la boutique noble hallada cerca de su hotel – pensaba ele sposo. Nunca había visto algo tan precioso! Hecho de satén negro, brillante, el vestido tenía un escote que le hipnotizaba. Dejaba al descubierto los hombros, pero no demasiado. Gracias a un corsé invisible, muy ajustado, que se aferraba alrededor de la cintura, era muy elegante se ceñia en un bucle de grandes dimensiones. El nudo sobredimensionado le daba un aire de hada, como si se trataba de uno de aquellos figurines tipo bailarina, que se ponen en marcha cuando giras una llave. Desde la cintura se abría una falda tan amplia, que llenaba de pliegues todo el escaparate. Sin embargo, el diámetro de su campana, doblada por debajo de una verdadera capa espesa de tul, debería de medir alrededor de dos metros. En fin, para cortar el cuento, aquello éra sin embargo el vestido ideal, por supuesto como hecho para una mujer ideal, como la suya.
Lo único que no encajaba éra su precio exorbitante. El pobre hombre calculó que si lo compraba se quedaría sin un peníque. Pero, por otra parte, valía la pena, éra buena inversión! No solo su esposa se lo agradecería, sino también sus amigos y jefes iban a morirse de envidia.
Por desgracia, cuando el hombre se dirijó a la tienda, el último día de su estancia, el vestido ya no estaba más. Preguntó por él y le deciron que ya se había vendido. Menos mal, se consoló el caballero, pensando que así fue la voluntad de Dios. Se enfocó de repente y, sin remordimientos, adquirió un bonito collar, que cabía mucho mejor en su maleta y, además, costaba menos.
Inevitablemente, también el amante había visto el mismo vestido, puesto que el Caballero al que seguía desde la distancia solía quedarse pensativo en frente de dicho escaparate, cada vez que pasaba por allí. „No tiene mal gusto este tio”, pensó el espía, y empezó a imaginarse cómo le hubiera sentado el bonito vestido a su hermosa amante. Si no lo habéis adivinado ya, pues le digo yo ahora que fue él mismo la persona que compró el vestido de princesa.
De vuelta a casa, el esposo fue recibido con gran entusiasmo por su mujer. Emocionado, apesadumbrado, le contó a su querida que había visto el más fantástico vestido que uno puede imaginarse y que no había podido comprarselo. Minuciosamente, con obsesión casi sádica, lo describió en detalle, mencionando el escote ingeniosamente cortado, la tela tan brillante, la amplia falda de tul, los intrincados pliegues en la cintura, el gran lazo en la espalda …
Las lágrimas de rabia y decepción no tardaron de surgir en los bonitos ojos de su amada esposa. Sentía dolor por no haber recibido aquel maravilloso regalo, pero, por otro lado, se sentía también conmovida por el amor y la honestidad de su marido.
A cabo de una larga ausencia, unos días más tarde, volvió tambien el amante se su viaje. La joven amorosa lo recibió apasionada. Cuando el caballero empezó a contarle que acababa de volver de una misson en los EE.UU. se quedo boquiabierta. Luego el amante sacó de su maleta una caja preciosa y la entrego a la Dama de su corazón. Al ver el regalo, el aliento de la mujer flaqueó de nuevo. De repente supo que debería tratarse del bonito vestido que su esposo quiso comprarle. Y, en efecto, era como hecho para ella, ¡una maravilla simplemente adorable!
¡Cómo le hubiera encantado vestirse con él, en las noches de fiesta, atraer la atención y la envidia de sus amigas y ser la más deseada mujer de todos los hombres! Pero, por supuesto, sabía que su marido no lo podiá ver nunca. Lo habría reconocido de inmediato. ¡Sería como llevar a descubierto su propia infidelidad! Este maldito vestido era la prueba más evidente de su adulterio. Tenía que deshacersede él, aún su corazón se partía de dolor al pensar en tan barbaridad.
Le pidió a una amiga que se lo guardara en su armario, hasta que encontrara una buena oportunidad de venderlo; idealmente en una otra ciudad, lo más lejos posible. Pasados unos meses y encontrándose en una situación en la que necesitaba dinero, aceptó venderlo por un precio considerable a una antigua compañera de estudios que vivía en la capital, Bucarest.
Años más tarde, como estudiante, viví yo misma en la casa de esta maestra de Bucarest, antigua compañera de la primera dueña del vestido de hadas. ¡Yo estaba fascinada por ella! ¡Ella ya había experimentado tantas cosas interesantes en su vida casi doble de larga que la mía! Además, como maestra de lengua y literatura, sabía contalo todo, de manera que te quedabas sin palabras. ¡Fascinante! Por supuesto, una de sus historias más intrigantes éra la de su glamouroso vestido negro. Para mí era incomprensible cómo podía existir alguien en nuestro país, tan pobre y tan gris, que poseyera algo tan valioso, proveniente de la lejana, aclamada América. Hay que tener en cuenta que el simple hecho de poseer una paquete de chicle Wringley o una caja de cigarrillos Kent significaba en aquellos tiempos ser un afortunado, con contactos peligroso en el „otro mundo”.
Mientras tanto, mi anfitriona había ganado mucho peso. ¡Mala suerte para ella, úniqua oportunidad para mi!. El magnifico vestido no le servía más, le quedaba simplemente demasiado estrecho.
Igual que en el caso de su amiga, llegó un momento en el que mi anfitriona necesitaba dinero. Yo no pude dejar de comprar el vestido, aún me gasté todos mis ahorros para adquirirlo. ¡Me sentaba como un guante! Yo, muchacha de veinte años, cuando me lo ponía, me parecía a una princesa. ¡Y n lo digo solamente yo! Me lo han confirmado tantas personas, tantas veces, que no paraban de alabar mi ropa de gala, tan inigualable. ¡Fue el vestido de mi juventud! Me trajo muchas presentaciones exitosas en eventos festivos, donde me preguntaron constantemente por el origen de esta maravilla. Siempre respondí vagamente y actué como si no lo supiera.
Pero la vida es dura y sigue sin parar. Años más tarde llego el momento cuando el vestido empezó a apretarme también a mi. Tuve que trasladarlo, o mejor dicho „shiftarlo”. Con el corazón acongojado. Se lo entregué a una chica que trabaja en la «Cruz Roja». No sé si ella se quedo con él o si acaso lo mandó a un destino desconocido. ¿Quién sabe dónde aterrizó? Un vestido negro puede ser tan versátil y se adapta a casi cualquier mujer, a condición que tenga la talla justa.
Podría imaginármelo en un país desértico del Medio Oriente, donde normalmente se usa mucho negro. Pero tal vez mi vestido capitalista-socialista puede llegar también en manos de una mujer musulmana. ¿Sabrá ella qué tan cerca, a flor de piel, llego el así llamado „enemigo de clase” o, aún peor, el „otro-creyente”?
«Shift» es la clave en el teclado del ordenador que hacen cambio en el fondo de las cosas. Son las acciones de control, las que deciden si escribimos en letra grande o minúscula, si la intensidad del sonido es más fuerte o más silenciosa, si algún trabajo se empieza en seguida, o a lo mejor más tarde, o si nuestra vista se vuelve clara y luminosa.
Mi vestido realmente cambia la apriencia de las mujeres que lo llevan. Las vuelve más luminosas, más interesantes, las convierte en personas más visibles, más fuertes, más audibles e incluso las hace parecer más altas. Es como una tecla „shift” usada por un operador oculto, que nos manda hacer lo que él quiere. Frente a ese poder que yo llamo el „shifter” invisible y todopoderoso, mi antiguo vestido, si bien no tiene mente ni diplomas de maestro, nos ofrece una lección inolvidable: la de aceptar nuestros propios límites.
Es una ilusión creer que somos nosotros los que tocamos las teclas.
Gabriela Căluțiu Sonnenberg