El viernes de las bolsas
Cada viernes por la noche, cuando mi marido sale de casa para jugar a las cartas con sus amigos, aprovecho su ausencia para darme un capricho. Puede que me ponga unas rodajas de pepino en la cara, o puede que me prepare una comida típica de mi país, o puede ser simplemente que vea una de mis películas favoritas en la tele. Lo único que cuenta es hacer lo que me apetece.
Creo que la alegría se me nota en la cara desde el momento en el que cierro la puerta, porque en los ojos de mi esposo leo a veces la pregunta muda „Bueno,¿qué tienes pensado hacer hoy?
La verdad es que a lo largo del tiempo voy acumulando deseos, sabiendo que llegará un día en el que podré cumplir por lo menos algunos de ellos. La probabilidad de que ese día sea un viernes es muy alta.
Estoy convencida de que sin los viernes, tanto mi marido como yo tendríamos problemas, sin saber de dónde vienen. Por eso me atrevería a decir que los viernes salvan mi matrimonio. ¡Pero venga, no exageremos!…
Un viernes por la noche, hace dos años, cerré la puerta detrás de mí, pensando en prepararme algo con mucho ajo, pero cuando intenté abrir la puerta de la despensa, me di cuenta que casi no era posible, debido al bulto de bolsas que se encontraba colgado detrás de ella.
Sé que es una tontería, pero no puedo dejar de guardar las bolsas que vienen con mis compras. Pruebo de utilizarlas más de una vez en su larga vida, de plástico casi indestructible. Aquel viernes, cuando me encontré empujando aquella puerta, supe que mi tarde iba a llevarse a cabo de una manera totalmente diferente de la que yo había previsto.
De repente me acordé de un comentario de una amiga de Alemania: „¿por qué no pruebas a usarlas de una manera constructiva?”
Le hubiera gustado tener mis bolsas, para poner en ellas las cosas que vendía ocasionalmente en el rastro de Hamburgo. Una bolsa con un mensaje en español seguramente despertaría la simpatía de los alemanes. Todo el mundo sabe que un 70% suele pasar sus vacaciones en España.
En Bucarest, siempre llevaba conmigo una bolsa de malla tejida, simplemente porque no había bolsas de plástico en Rumanía. Irónicamente, la esposa de nuestro todopoderoso dictador, aunque ni sabía escribir, insistía en llamarse „Académica”, pretendiendo ser justamente Doctora en Química de Polímeros.
A la malla de tejido, bautizada „la por-si-acaso” o „la nunca-se-sabe” le teníamos cariño, porque servía de primer auxilio en nuestra carrera de cada día. Era la depositaria de todo que conseguíamos adquirir cuando se formaba espontánamente una cola frente a alguna tienda que acababa de recibir mercancías más o menos comestibles. La escasez nos impedía ensuciar el medio ambiente o desperdiciar los recursos.
El hábito de tener siempre siempre a mano)una bolsa reciclable es muy aclamada hoy en día, precisamente en los países estropeados por la abundancia consumista. ¿Y por qué no? No ocupa mucho espacio, no grita, no molesta.
Pero volvamos a aquella noche de viernes, en la cual decidí deshacerme de las bolsas acumuladas. ¿Por qué no regalárselas a mi amiga de Alemania? pensé yo.
Desde mi infancia tuve el destino fastidioso de ”transportadora” de tarros, frascos y botellas, cajas y bolsas. Cargada con un montón de cosas, viajaba entre la casa de mis padres y el lugar en el cual residía. Mi madre me daba miel, carne y manteca de cerdo, mermeladas, confituras, salchichas, queso, leche, pasteles, huevos caseros y mucho más. La única condición que me ponía era la de devolver intactos los recipientes vacíos, para que ella volviese a llenarlos.
Sigo cruzando el continente, siempre llevando conmigo un equipaje voluminoso. Es mi condena. Tuve que enfrentar la perplejidad de algunos funcionarios de aduana, en el momento en el cual descubrieron en mis maletas nada más que un montón de envases vacíos. Puede que, abrir la cremallera de mis bolsas de viaje me ponga igual de incómoda como si tuviera que desnudarme.
Con mi llegada a España, esperaba que cesara la maldición del equipaje embarazoso. ¿Necesito mencionar que nada ha cambiado? A veces, cuando encuentro un frasco de una forma especial, siento la tentación de guardarlo para mi madre, como si se trataría de una ofrenda preciosa. ¡Claro que tengo que contenerme! Así que dije NO a los frascos y botellas, pero ¿qué hago con las bolsas?
Aquel viernes decidí sacrificar media horita de mi preciosa noche para hacer un paquete compacto de bolsas, con destino a Alemania. Hay tantos españoles que se han marchado a trabajar a Alemania. ¿Por qué no enviar tras ellos las bolsas?
Comencé a sacarlas una por una de un saco grande, alisando, doblando y apilando. Había un montón. ¡No pensaba que fueran tantas! Empezaron a crecer a mi lado pilas de diferentes alturas. La mayoría procedía de los tres supermercados situados cerca de mi casa. Poco a poco, me di cuenta de que mis visitas a las tiendas estaban en relación directa con la distancia desde mi casa. A cuatro bolsas „Más y Más» (verduras, frutas, agua, cerveza) le correspondían dos de „Pepe La Sal» (carne, queso, salchichas) y una de „Costas» (productos de lujo y delicias).
Hasta entonces había considerado que soy una compradora espontánea, pero mi ilusión se hizo añicos mientras mi trabajo avanzaba, enfrentándome a un evidente estereotipo.¡Nada de creatividad o libertad de decisión de mi parte! Estaba claro que la sociedad del consumo me tenía bien atada.
El bulto informe de plástico no parecía disminuir en absoluto. Calculé que la acción iba a costarme mucho más tiempo de lo que había esperado. Me tomé una copa de vino y seguí extrayendo mi pasado de aquella bolsa, como las bolas de la urna en una lotería.
El supermercado alemán «Lidl», con sus bolsas sólidas, en colores vivos, comenzó a reclamar sus derechos. El que anda con tal bolsa en la mano, puede ser clasificado como uno que no tiene mucho dinero. Hay gente que hace sus compras en ”Lidl», pero usa las bolsas de otras tiendas, por si acaso encontrara a alguien conocido. Pero, aparte de estas desventajas, la bolsa de ”Lidl” tiene ciertas cualidades, siendo muy apropiada para compras repetidas. ”Ja, ja”, me reía yo, pensado en las caras de los clientes del rastro alemán, en el momento en el cual recibieran la bolsa de Lidl. ¡Seguramente no todos iban a estar encantados!
Sobre las nueve de la noche, en la tele, un simpático personaje rumano, gitano, pillado por la policía, intentaba deshacerse de ellos diciéndoles: ”No quisiera entretenerles. Seguramente tienen otras cosas que hacer…” ”¡Ja, ja! Yo también tengo otras cosas que hacer”, pensé, ”pero aquí estoy en mi cocina, perdiendo el tiempo con mis bolsas…”
Descubrí una cantidad considerable de bolsas del hipermercado ”Continente». De repente, me acordé de la incursión que había emprendido en compañía de mi marido en el gran almacén de Alicante. Después de ocho horas agobiantes habíamos vuelto a casa con el coche lleno de prendas de vestir, zapatos y todo lo que yo necesitaba en mi primer verano en España.
Nunca olvidaré la paciencia con la que mi esposo, sentado en un taburete frente a los probadores, levantando o bajando su dedo índice, me ayudó a escoger las prendas.
Luego encontré muchas bolsas elegantes, cada una de ellas con una historia propia. Allí estaba la pequeña bolsa de papel, con una inscripción dorada. Aunque no tenía olor, el recuerdo del perfume comprado en ella flotó por un segundo en el aire. ¡Nunca habría pensado que, después de más de un año, mi memoria pudiera decir con tanta precisión qué cosa correspondía a qué bolsa.
Resultó que la más grande de todas era la bolsa de mi vestido de novia, obra de un diseñador italiano. Siendo un vestido de gran calidad, está claro que también su envase era algo especial. Tirarla a la basura me pareció como un sacrilegio. Así que decidí guardarla como bolsa de mis bolsas, receptora de todas las demás.
Mis dedos tocaron una bolsa gruesa, plateada, de cremallera, con dos capas. De inmediato supe que se trataba de uno de los embalajes para congelados. Hace muchos años recibí una bolsa similar, proveniente de Alemania. No sabía de qué se trataba exactamente, pero me fascinó el acabado de gran cuidado y la solidez de aquel objeto extraño, verdadero símbolo del alabado ”Mundo Libre”. A pesar de mis esfuerzos desesperados por salvarla, cosiendo sus bordes, al final de su dura carrera, aquella bolsa se acabó desintegrándos.
Lo mismo había pasado con el pequeño cuadrado de película transparente, destinado a guardar alimentos frescos, que inicialmente entró en mi casa como tapa de un cuenco de ensalada. Lo he lavado y usado varias veces, tratando de cuidarlo hasta el infinito. La misma película de plástico que se desliza de un tambor de cartón se usa ahora sin pensar mucho en toda cocina y se tira después de cada uso.
Me pregunto si los beneficios de estos detalles modernos corresponden a algún avance en la substancia más honda de nuestras vidas. ¿Son nuestros juicios realmente más profundos, es nuestro espíritu más libre, en este mundo que nos ayuda a satisfacernos tantos caprichos? ¿Usamos nuestro tiempo así ganado para pensar en lo que de verdad merece el esfuerzo?
Llegó la hora de depositar las bolsas para mi amiga en una caja de zapatos. Así llegaban antes por correo los paquetes de Alemania, en cajas de zapatos, a veces abiertas. Faltaban cosas, claro, porque también los funcionarios de la aduana necesitaban café, dulces, juguetes o simplemente bolsas.
Ahora era yo la que mandaba los paquetes, en dirección inversa.
Colgué detrás de la puerta de mi despacho la selección de mi pasado, encarnada en bolsas que quería guardar. ¡Ya se abría sin problemas!
De repente me sentí agobiada, como si hubiera no solo repasado, sino vivido al revés, una vez más, toda mi vida.
Unos minutos más tarde, tumbada en la cama, mirando como parpadeaba la pantalla roja del despertador, me imaginé que alguien me mandaba señales de otro mundo. Observé que el reloj indicaba la hora 0:00.
Se me ocurrió una última idea: ”Ahora sí que puedo empezar todo de nuevo. Es la hora cero …»
Creo que me dormí sonriendo …