3 PARÁBOLAS SOBRE LA EMIGRACIÓN

  1. La conexión a distancia

Conforme a la ecuación de Bernoulli, si soplamos aire entre dos hojas de papel, ellas van acercandose entre sí. Parece ilógico, pero es así, aunque nuestro primer impulso nos deja creer que las hojas deberían apartarse.

¿Distancia que une? Suena paradójico, pero a veces, en movimiento, suceden cosas inesperadas. La dinámica puede inducir una cierta atracción.

La distancia tiene efectos sorprendentes, incluso en los seres humanos. Cuando nos alejamos de lo que queremos, lo echamos de menos, pero si nos atrevemos a volver a los lugares queridos, no rara vez registramos sospecha, cómo si tendríamos que decidirnos por una parte. ¿Y dónde quedamos?. ¿Sea que los dos mundos se anulan entre sí?

¿Por qué es tan importante pertenecer a un cierto lugar particular? Nadie lo sabe. Yo creo que, igual como las hojas arrastradas por el viento, nosotros también podemos fluir de un lado al otro. Viajamos sin cesar, por lo menos en nuestros pensamientos…

Igual que las hojas del experimento de Bernoulli, nuestros pensamientos, fijados en hojas de papel, vuelan por el mundo, formando una clase de celulosa reflexiva…

Quizás, tal vez en el futuro, un científico que mirará hacia atrás va a quedarse maravillado por nuestra asombrosa ingenuidad. Dirá entonces que en los tiempos modernos, aunque la humanidad estaba ya a punto de entrar en la próxima dimensión, se empeñaba a creer que los individuos eran entidades fijas, anclados en un mundo estable.

De hecho, como cualquier otro cuerpo, el ser humano siempre fue al la vez partícula y onda, pulsando simultáneamente en varios espacios, sin cesar de resonar.

  • 2. El huevo nacional

„Cuando un huevo se rompe desde afuera, una vida se acaba, pero cuando el huevo se destruye desde adentro, nace una vida».

Tropecé con esta frase y no pudo dejar de pensar en ella. Será porque yo misma, cuando me fuí de mi país, dejé atrás mi propio huevo. Y también para mí comenzó en aquel entonces una nueva vida.

Lo que todavía no puedo creer es el hecho de haberme ido de verdad. A mí me parece que sigo estando en mi casa, más bien la llevo conmigo. Claro, se necesita poder adicional para estar en dos lugares al mismo tiempo, ¿pero es posible? ¡Si, se lo digo yo!

¿Y que pasa con el huevo en esta situación? Quizás no se rompe. Su delgada cáscara se mantiene intacta, mientras nos conserva esta forma redondeada, difícil de agarrar o atacar desde afuera. Y el líquido amniótico, por supuesto, hecho para nutrir de manera óptima al residente del mismísimo huevo, proporciona a cada uno de nosotros la energía necesaria para seguir adelante.

Igual que en el caso del huevo, la tensión superficial de las fronteras de nuestros países nos impide abandonar la miga de nuestras vidas. Aunque el huevo parece un sistema cerrado, totalmente aislado no puede ser. Su forma de elípse no es del todo perfecta, puesto que para serlo debería estar por lo menos esférica. A pesar de ésta aparente armonía, a nosotros,  emigrantes, nos falta algo. Así nos vamos a buscarlo por doquier.

Yo me pregunto, ¿qué es lo que quise cuando me marché? ¿Optimizar mi huevo? ¡Qué idea peculiar! ¿Ha visto alguien un huevo elevado al cuadrado? ¿Un huevo vinculado, o angular? ¡Jamás!

„No te vayas», me aconsejaron amigos antes de irme, „no hay lugar mejor que tu ámbito natural» …Pero se olvidaron de una cosa. El huevo necesita impulsos, incluso desde el exterior. Por lo contrario, si no hubiera cierta presión, explotaría.

Yo pienso que la gente, cuando se va a vivir fuera del país de origen, está haciendo un buen trabajo, manteniendo el equilibrio desde fuera.

Somos huevos deambulantes, que llevan su sello de origen impreso en la cara. Rodamos por el mundo, balanceandonos, pensando que nadie va a notar que venimos de otra parte. Los que saben leer, advierten inmediatamente nuestra procedencia y aciertan si somos de campo o de jaula, crecidos con granos integrales o con cosas prefabricadas. Somos huevos pre-estampados.

Él que deja su nido, no sabe qué clase de suerte le va a tocar, de pollo doméstico o de pájaro errante. Sus caminos se van a convertir en círculos, porque sus ojos se quedarán siempre enfocados en el punto central, de partida. Así que, paradójicamente, a pesar de nuestros esfuerzos, nunca dejamos nuestra rama.

Estoy allí como allá, simultáneamente, y mi huevo nacional siempre me acompaña.

  • 3. La caja de doble fondo

¿Ha oído Usted hablar del gato de Schrödinger? Pues es el nombre de un experimento científico que demuestra cuán diferente puede ser el mundo, dependiendo de cómo lo mires. Un gato encerrado puede estar vivo o muerto, dependiendo de la decisión de destapar o no la caja en la cual se encuentra.

En principio, mirar o no a las cosas decide la suerte. Sin comprobarlas no hay certitudines, hay solamente suposiciones.

Soy un gato emigrante. Mi caja se llama país extranjero. En ella tengo mi bagaje: creencias, recuerdos, impresiones, todo lo que tiene valor para mi. Y a mí misma también me tengo encajada.

Siendo yo un gato curioso – ¡de lo contrario no me encontraría allí! – levanto la tapa de vez en cuando y miro hacía afuera. Quedo mitad dentro y mitad fuera. Todavía tengo que decidir en cual país me quedo. De hecho, igual que el gato Schrödinger, yo también soy dos en una: por una parte quiero la vida y por otra huyo de la muerte.

¡Pero estoy incómoda en dos cajas! Mejor sería meter una dentro de la otra. A ver cómo resuelven otras personas este dilema.

Muchos se  quedan con las ventajas de ambas situaciones: viven en varios países, nacen en uno, crecen en otro, trabajan y reciben su sueldo en un tercero etc.

„Bueno», pienso yo, «entonces ya no tengo porqué sentirme culpable por ser la combinación de tres naciones.” Además, yo vivo en una caja despistada. ¡Mi caja tiene más de un suelo! Su fondo tiene otro piso, más profundo, el que también continúa con otro, y así vamos hasta llegar al último (no estoy segura cuántos son). ¡Hay, que mareo!

Viviendo en España como alemana de origen rumana tengo tres corazones en mi pecho. Mi cuerpo está feliz en España, el corazón late en Rumanía y la mente piensa en Alemania.

Me pongo cómoda en mi «caja de Schrödinger», porque eso sí, no soy yo la que decide en que momento se levanta la tapa. Yo soy solamente el gato de ensayo, no el científico. La majoría de las acciones que llenan mi vida ocurren sin mi intervención.

Residiendo en mi triángulo nacional, llevo la carga de vigilar que mi cuerpo, mi corazón y mi cabeza queden conectados. Esto es todo. Nada más.

Para concluir:

Tengo cuerpo, ánima y mente, son tres hojas que se superponen. Sigo moviéndome, fuera o dentro de mi caja. Mi forma ajustada, sin asperezas, me permite rodar.